LUIS PÉREZ AGUADO

LUIS PÉREZ AGUADO
Escritor, Profesor e Historiador

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martes, 22 de marzo de 2011

LA RADIO, NUESTRA VIEJA AMIGA.-



 Luis Pérez Aguado
Profesor, Escritor e historiador,



LA RADIO, NUESTRA VIEJA AMIGA

      La radio en nuestra infancia lo era todo. Llegabas de la escuela y  encontrabas la casa inundada de radio. Canciones de Luis Mariano, Antonio Machín, zarzuelas, peticiones del oyente: Para Manolo, que está en la mili, de quien él ya sabe. Toda la casa estaba  llena de Doménico Modugno, de los Platters, de Concha Piqué, de Matilde, Perico y Periquín, del Mago Pantopín, de Pancho y Pepa, de Pepe Iglesias El Zorro con su  yo soy el Zorro, Zorro, Zorrito, para mayores y pequeñitos. Un montón de gente y un montón de voces familiares y  amigas, con sus ingenuos anuncios.: Okal, Okal, Okal, es lenitivo del dolor, que nunca supe lo que era eso de lenitivo, y mira que me tenía mosca,  y aquel negrito que venia del África tropical que cultivando cantaba la canción del Cola- Cao. Misterios de la radio en nuestra infancia.

Uno de aquellos seriales que  marcó mi vida infantil fue el escalofriante Terror en las ondas. Como cabecera del programa se oía el chirrido de una puerta abriéndose lentamente, un breve y misterioso silencio  y, a continuación, un espantoso grito. Estando mi madre, como suelen estar las madres a esas horas de la noche, alrededor de sus quehaceres culinarios y cargada  de platos que llevaba de la cocina al comedor, a mí no se me ocurrió otra cosa que subir a tope el volumen del aparato de radio en el momento del espeluznante grito.

-¡Agggg!  -se oyó en  la radio

-¡Aggggggggggggg! -gritó largamente  mi madre.

 -¡Crac!, ¡Crac!,¡Cric! -hicieron los platos.

 -¡Ay! Madre  -añadí yo.

            -¡Uy, Uy! -dijeron mis hermanos.

-¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!  -siguió gimiendo mi madre con la respiración entrecortada.

Pensarán ustedes que mi madre, una vez recuperada del susto, reaccionó con violencia. Pues, miren por donde, que sí. Llevada de su  inusitado instinto maternal, me colocó sus blancas y delicadas manos en mis bien pulidos cachetes que todavía me  quedan secuelas. ¿Entienden por qué unas líneas más arriba les indiqué que este serial me había marcado? Pero se ve que mi madre conocía aquella chorrada que dijo un rey o no se quién  en la época de Maricastaña: Manos blancas no ofenden, señora.  Y mi madre para asegurarse de que escarneciera me encerró en el retrete. ¡Con lo que  había costado la vajilla, que era de  la abuela!

A oscuras, ya que el interruptor de la luz estaba por fuera, permanecí hasta que a mis hermanos, aliados y compadecidos, les entró unos apresuramientos de estómago de la  máxima urgencia y necesitaron acudir a la estancia donde yo me encontraba. Mi madre, que de boba tenía muy poco, les gritó, olvidando su finura:

-¡A mear a la calle!

 Pero mis generosos hermanos fingieron un tremendo  dolor de barriga supuestamente provocado por el susto de la terrorífica noche. Tal fue la comedia que montaron que consiguieron que  unos gases olorosos se confabularan con ellos y consiguieran ablandar el alma de mi madre.

La radio, nuestra vieja amiga de la infancia nunca morirá. A mí me dejó un recuerdo. Y es que la radio es mágica. Porque la magia siempre permanece.

Luis Pérez Aguado
Del libro TARARÍ QUE TE VI





VEGUEROS S.M. "Con la magia de la radio"