Por: Luis Pérez Aguado
Escritor, Profesor e Historiador
ROSTROS SIN SONRISAS
Las desgarradoras imágenes que nos
llegan estos días de Gaza nos pone la carne de gallina. Aunque, generalmente y
por desgracia, sólo se queda en eso. En unos sarpullidos que pronto desaparecen
de la piel. Nos impresionan al principio, pero terminamos acostumbrándonos.
Quizás sea porque el conflicto nos queda lejos. Lo cierto es que acabamos
olvidándonos de las terribles secuencias.
Siempre
ha sido así desde que el mundo es mundo. Palabras grandilocuentes al principio,
denuncias, censuras, conferencias y, al final, olvido sin haber hecho nada
positivo. Resulta paradójico que en el mundo del resplandor de la técnica y de la ciencia no
hayamos sabido encontrar el camino de la pacificación.
Nada extraño, por otra parte, si tenemos en cuenta que la mente de gran parte de los habitantes de este planeta está dominada por la suspicacia y la desconfianza, razones y pretextos oportunistas suficientes para que la carrera armamentista fomente las guerras actuales y sirva a la violencia transgrediendo la integridad territorial de los pequeños estados y avivando la ambición desmesurada de los grandes.
Los encarcelamientos políticos o la
censura previa son perfectamente identificables como atentados a los derechos
humanos. Sin embargo, se disculpa mucho más fácilmente la carrera armamentista
y el tráfico de armas. Es una actividad callada y pasada por alto por casi la
totalidad de los gobiernos, en especial, por los más responsables de esta ciega
carrera. Y no nos debe extrañar este silencio si observamos que casi todos
están involucrados, como fabricantes unos y como compradores otros, en uno de
los más fabulosos negocios del mundo.
Triste panorama de un mundo en que
los humanos no tienen tiempo de amarse.
Hay odio, rencores, luchas…Todo se redime a través de las trincheras, de las
bombas. Falta la paz, la concordia, el entendimiento entre los individuos,
entre las clases sociales y los pueblos.
Es ciertamente muy cómodo hablar de
violencia sentados tranquilamente. Pero hay un aspecto de la violencia que
vence todas las vergüenzas: los niños, los muchachos y muchachas arrojados de
bruces sobre esa realidad que le es tan próxima.
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Niños a los que manipulan su
idealismo. Niños que son reclutados, entrenados, aleccionados y obligados a
matar.
Muchos pueblos arrasados. Muchas
tumbas anónimas y, entre escombros, unos ojos grandes, enormemente tristes,
espantados, ojos de seres inocentes, ojos de miles de pequeños que no han tenido infancia, ni
muñecas, ni balones. Niños, niñas que siguen sin sonrisa. Y un niño que no
sonríe, no es un niño.
Eso es lo terrible: hacer
desaparecer la sonrisa de un niño.
VEGUEROS S.M. "un mundo en que los humanos no tienen tiempo de amarse"